La infancia siempre ha estado sola

26 de noviembre de 2020

Suele decirse que las tragedias convocan lo mejor de nosotros. También lo peor. Nos hiere lo que hacemos mal, lo que olvidamos, lo que no queremos ver. Una y otra y otra vez.

De todo lo que decidimos no ver, lo más invisible suele ser también lo más pequeño entre lo humano: los niños y las niñas. Son casi la tercera parte de la población de Chiapas, pero hacemos poco, las sociedades, los gobiernos, por proteger a la niñez. No la vemos. Hasta que se convierte en noticia. Nos pasó con Dylan, el niño sustraído de un mercado de San Cristóbal hace unos meses y recuperado, después, casi milagrosamente. Y nos pasa ahora con Celina, la niña desaparecida hace unos días, tras un accidente en un río de la misma ciudad, siempre tan necesitada de milagros.

Relación de los hechos

Se dice que el lunes pasado, en San Cristóbal de Las Casas, Celina, de ocho años, jugaba con otros niños cerca de su casa. Tronaban cohetes, se asustaban, corrían, reían.

En una carrera, la niña habría resbalado por la ladera del río Amarillo, a la altura del puente Tívoli. Sus compañeros de juego no pudieron hacer nada y, alarmados, corrieron a buscar ayuda. Dicen los reportes del ayuntamiento que fue así como llegaron, los niños, a avisar a la abuela de Celina lo ocurrido, a su puesto del mercado.

Los boletines difundidos por el ayuntamiento y replicados por los medios en ése y los días siguientes no mencionan a ningún testigo aparte de los niños.

El mercado no queda muy lejos del puente Tívoli, pero la casa de Celina debió estar más cerca. Si los niños fueron primero a dar aviso a la casa, no se sabe. Una nota firmada por el periodista Elio Enríquez menciona que el padre de la niña no se encontraba ahí en el momento del accidente, porque había salido a trabajar. Ninguna información hasta el momento sugiere la existencia de otros familiares, además del padre y de la abuela. Pero que un corresponsal de un medio nacional mencione el nombre del padre (un dato extra) hace pensar que la noticia difundida casi exclusivamente por el ayuntamiento sea verdad. Y acaso lo sea. Porque la alternativa ―como suponen algunos comentarios en redes sociales― sería siniestra. E incomprensible.

Se presume, entonces, que habría sido la abuela quien finalmente llamó a los cuerpos de rescate, a través del 911. Entre la caída y la llegada de la Policía y Protección Civil debe haber pasado, tal vez, una hora. Porque, según información proporcionada a textosur por el director de Protección Civil Municipal, Pablo Reyes, eran alrededor de las seis de la tarde cuando comenzó la búsqueda.

A decir de Reyes, cuando los cuerpos de rescate llegaron un grupo de vecinos ya recorría los márgenes del río en busca de Celina. Se sumó enseguida personal de Bomberos, Protección Civil, Cruz Roja y Policía. De sur a norte y de norte a sur, por todo el cauce del río, hasta El Túnel (la desembocadura de aguas negras de la ciudad), y también por sus márgenes. Ayer, incluso, extendieron la búsqueda a municipios cercanos: San Juan Chamula, Chiapilla, San Lucas y Totolapa.

Cuerpos de rescate en el río
Búsqueda de Celina por los cuerpos de rescate locales.

En el momento de redactar estas líneas, la noche del miércoles 25 de noviembre, los cuerpos de rescate no habían encontrado a Celina todavía.

Hasta ahí llega la ruta de los hechos, difundida oficialmente por más de 48 horas.

El resto es el tumulto de pensamientos, posibilidades e imposibilidades que surgen, en el agobio de la mente y las emociones, ante esos hechos, cualquiera que sea su naturaleza.

Compromisos incumplidos

Como por desgracia ocurre en casos semejantes, cuando Dylan, de dos años, fue robado en junio pasado de Mercaltos, en San Cristóbal de Las Casas, muchos de los comentarios en redes sociales culpaban a la madre del niño por llevarlo a su lugar de trabajo y/o no vigilarlo adecuadamente. La imprudencia de esas opiniones reparaba nada o casi nada en el hecho de que no todas las familias tienen los medios o redes de cuidado que les permitan no llevar a sus hijos al trabajo. La pandemia empeoró, como se sabe, esa clase de problemas.

¿Qué hacen, entonces, los niños cuyas familias deben salir a trabajar, sin escuelas y sin redes de apoyo comunitarias o estatales?

Porque no sólo las familias son responsables del bienestar de niños y niñas. También el Estado lo es.

Históricamente, el Estado mexicano se ha preocupado más bien poco de proteger eficazmente a niños y niñas y garantizar sus derechos. A pesar de que desde hace treinta años, el país ratificó la Convención sobre los derechos del niño, sus políticas públicas, programas y planes de gobierno no han cambiado demasiado desde entonces en favor de la niñez, ni se han distinguido por tomarla en cuenta.

Señor en actividades cotidianas, acompañado de una niña
Durante la pandemia, millones de mexicanos enfrentaron una realidad abrupta: su trabajo no podía realizarse en casa y además debían tomar a su cargo, durante el horario laboral, el cuidado de hijos e hijas. Foto: Jorge Aguilar Pinto.

Las ciudades de Chiapas, en particular, son poco hospitalarias con sus niños y niñas, a quienes se les regatean los espacios y derechos. Y es raro. Porque la mayoría de los urbanistas coinciden en señalar que cualquier mejora en las condiciones de vida de la niñez, inevitablemente, mejorará la calidad de vida del resto de la población. Es así: si la calle es segura para un niño, lo será también para cualquiera. Funciona con todo lo demás: el parque, la escuela, el transporte público, la ciclopista, el río… Aun así, es casi como si esa idea no existiera. Como todo lo relacionado con la niñez.

Una muestra del nivel de compromiso del Estado con la niñez mexicana es el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), creado apenas hace unos años.

El organismo tiene la misión de «establecer instrumentos, políticas, procedimientos, servicios y acciones de protección de los derechos de niñas, niños y adolescentes». No obstante, muchas de las organizaciones de la sociedad civil que lo integran han reclamado, con frecuencia, la falta de eficacia del organismo. La razón es que su existencia consta más en el papel que en la realidad. Prácticamente, ni siquiera se le destina presupuesto.

La secretaria ejecutiva municipal en San Cristóbal de Las Casas, Gloria Elizabeth Velázquez González, tiene un modo de verlo:

«Nosotros somos un sistema normativo. No tenemos recurso, ni a nivel estatal ni a nivel federal, para ejecutar programas y proyectos. Ninguno de los niveles ejecutan ningún proyecto. Nuestra labor es normativa y de difusión de derechos. En el caso de la Secretaría ejecutiva del SIPINNA municipal, hacemos recomendaciones y se trata de ver con las otras áreas [del municipio] las alternativas. (…) El SIPINNA no opera presupuesto. Las secretarías ejecutivas coordinamos las acciones de las dependencias. Se supone que cada área tiene que designar un poquito de lo que tiene para el trabajo con niños y niñas… El sistema es normativo: vigila que todas las áreas integren la perspectiva de la niñez en sus acciones y en su presupuesto».

El problema de esa supuesta transversalidad es que se queda, a menudo, en el gesto o la buena intención. Excepto a veces por el DIF municipal o la Dirección de Cultura, obligados por su naturaleza a trabajar con las infancias (como sea que asuman su labor), no se entiende bien de qué modo el resto de las direcciones municipales incluyen a la niñez en sus programas, cuántas horas le dedica, qué presupuesto, cuáles acciones.

Respecto del accidente de Celina, dice Velázquez González que la pandemia dificultó además la labor del organismo en las campañas de sensibilización:

«No nos ha permitido hacer en las colonias las campañas de prevención de accidentes, de cuidado de los niños, de fomentar la creación de redes comunitarias, porque eso nos va a ayudar muchísimo: que la misma comunidad, la misma colonia, cuide a sus niños».

En el caso de Dylan, refiere la Secretaria ejecutiva del SIPINNA municipal que cuando platicaron con los locatarios de los mercados para mejorar la seguridad de niños y niñas, ellos les hicieron ver su necesidad de guarderías.

«Nosotros tomamos la propuesta y la presentamos al SIPINNA estatal. Pero debido a la contingencia sanitaria, no hemos tenido respuesta».

El SIPINNA no es una mala idea. Todo lo contrario. Pero buena parte de las críticas señalan su problema real: sencillamente, no está dotado de medios, ni todos sus participantes preparados, para hacer posible su propósito de proteger a la infancia, en todas las instituciones, políticas y programas del Estado. Así, en este punto, es más un mecanismo de reacción discursiva del Estado, para decir que hace algo y justificarse, que para plantear soluciones radicales, como se requieren, y poner a las niñas, niños y adolescentes en el mapa de este país.

Preguntas

La colonia Santa Catarina, donde habría ocurrido el accidente de Celina, ha sido protagonista de diversos hechos violentos en la última década. Se encuentra en un terreno propiedad del INI (ahora INPI), que fue invadido y luego, objeto de crímenes y disputas entre diversas organizaciones (CIOAC, COMACH, ALMETRACH), cuyas células son parte frecuente de los problemas de la ciudad y, asimismo, recursos utilitarios de los partidos en periodos electorales.

Nada de eso tiene relación directa con el accidente de la niña. Pero sería parte del contexto en que creció.

Cuando las tragedias llaman a la puerta, es inevitable preguntarse si el aleteo de una mariposa en otro momento de la historia no es causa del huracán de hoy, de nuestra angustia ante lo terrible. Esto es: si el accidente de Celina hubiese podido evitarse, ¿cuándo habría sido eso?

¿En qué momento uno diría aquí, en este punto, tal vez, pudo hacerse algo que evitara que ningún niño o niña resbalara por accidente en el río o que, aun resbalando, saliera de inmediato, si fuera posible?

Otras preguntas se emparejan enseguida: ¿por qué ocurren estas tragedias? ¿De verdad no hay nada que podamos hacer por evitarlas?

Surge por esa vía una cascada de causas y efectos hipotéticos, quién sabe si útiles o necesarios, pero inevitables. Por ejemplo, hace tal vez treinta o cuarenta años, en algunos de los ríos, canales y manantiales de San Cristóbal, los niños nadaban aún. Nadaban ahí, en esos espacios cerca de casa o, a veces, en El Cubito, un área natural que era también balneario de la ciudad (¿o del pueblo?, ¿qué hace a una ciudad, ciudad, y a un pueblo, pueblo?). Los niños nadaban. Porque nadar es una diversión y también, llegado el caso, una protección.

Hoy la contaminación hace imposible nadar, en San Cristóbal, en un espacio natural y gratuito. O, digamos, al menos, accesible.

Tal vez no había por entonces tanta necesidad de parques o espacios deportivos, como hoy (¿Celina tenía un espacio cercano y seguro para jugar?). Existían patios u otros niños que invitaban a jugar en sus patios y al hacerlo creaban, sin querer (o queriendo, vaya uno a saber), un sentido de comunidad. Y si eso no, tampoco había que caminar demasiado lejos para encontrar un campo de juego algo más que formidable.

Algunas madres y algunos padres, como hoy, eso sí, debían trabajar con un horario muy desigual a su salario. Pero había, en cambio, alrededor, una comunidad, otras familias, una niña, un niño grande que cuidaba.

El pasado no era, en modo alguno, el paraíso. Estaba lejos de serlo. Los accidentes ocurrían igual. Los niños también desaparecían o caían a los ríos. El Estado andaba también, por allá, lejos, como siempre. Todo eso pasaba y otras cosas, mejores y peores. Pero de algún modo las probabilidades resultaban en favor de la infancia. Tal vez, porque buena parte de los problemas tenían en el dorso su propia solución.

Hoy los problemas son bolas de nieve, amontonados, redondos, sin principio y, casi, sin final.

Lo que no cambia nada es que, ayer y hoy, la infancia siempre ha estado sola. A la espera de un milagro.

 * * *

Actualización: al mediodía del 11 de diciembre de 2020, las autoridades informaron en su página de facebook el hallazgo del cuerpo de Celina, «al interior de un predio de un particular, donde atraviesa un brazo del Río Amarillo». Lo reportaron los vecinos.


Volver al índice principal






No hay cosas sin interés. Sólo gente sin ganas de interesarse. ―G. K. Chesterton.