Arte, ciencia y escuela

03 de agosto de 2020

Emilio Ruiz es una de las personas más activas y reconocidas, en Chiapas, en la tarea de divulgar y fomentar el conocimiento de la ciencia y la tecnología, entre niñas, niños, jóvenes y hasta gente adulta que se acerca con curiosidad a sus talleres, charlas o a su gopher.

Su trabajo como creador suele mezclar arte, ciencia y tecnología: esculturas que son también receptores de radio o emisores de grabaciones, cuadros de paisajes que se escuchan, artefactos sonoros, etc. Es también fundador de Archivo Sonoro, una iniciativa que promueve el rescate y conservación del paisaje sonoro.

En 2018, conversé con él acerca de varios temas: de la emoción que despierta ciencia y tecnología en personas de todas las edades; de la desconexión que parece haber entre la vida y la escuela (y que más tarde se replica también en los espacios laborales) y de una de sus pasiones: la radio.

A unos días del regreso a clases, a través de la tv, encuentro en las opiniones de Emilio, en aquel momento, un posible detonante para reflexionar sobre el modo cuantitativo en que asumimos la educación de niñas y niños: currículas que no se diferencian tanto de una lista del supermercado, competencias a adquirir, exámenes y calificaciones que representan ¿qué exactamente? Hay, además, algo sintomático en el modo en que empleamos herramientas como la televisión o la internet que, quizá, tenga que ver más que ver con la inercia de lo que llamamos «escuela» –ese lugar adonde enviamos a nuestros hijos e hijas mientras trabajamos– que con el concepto de educar.

Le hice pocas preguntas, pero Emilio suele ser prolijo en sus respuestas. Argumenta, explica, divaga, mezcla anécdotas con reflexiones, ironiza, ríe. Aunque siempre tiene en mente llegar a un punto –y lo hace–, a menudo la ruta que elige para llegar ahí no es menos interesante. Por todo eso, omití aquí las preguntas que le hice, para reflejar de algún modo el flujo real y continuo de su charla.

Así pues, me limito a transcribir y editar un poquito aquí y allá. Todo lo que sigue a continuación lo dice Emilio Ruiz, artista y divulgador científico.

* * *

Recreo permanente

Mis talleres buscan llevar arte y ciencia a los niños, jóvenes y adultos, de forma gratuita. En ese contexto, me he encontrado con que sin importar si estudian en instituciones públicas o privadas, la mayoría de asistentes sufre una especie de «desconexión» entre lo que le enseñan en la escuela y lo que de verdad aprende. Por ejemplo: les enseñan a recitar el número Pi: tres punto catorce dieciséis. Pero no saben qué significa y de qué sirve. Y lo mismo les ocurre con gran cantidad de temas.

A pesar de eso, noto que les motiva mucho toda la ciencia y la construcción de objetos, a partir de los conocimientos que adquieren (eso que llamamos tecnología). Lo chistoso es que en determinado momento les cae el veinte de que son temas que ya habían visto en la escuela, pero los odiaban porque se los dejaban de tarea.

Lo mismo ocurre con los niños, quienes suelen tener esa idea de que lo aprendido en la escuela nada más sirve para aprobar exámenes, pero no para sus juegos y diversiones. Y sostienen también la creencia de que lo más horrible del mundo son las tareas de matemáticas, de historia y de español.

Recientemente, comencé a pedir que madres y padres se involucraran también en los talleres que reciben sus niños, sobre todo, cuando son muy pequeños. Y fue una buena idea. No sólo se emocionan con los temas y la construcción de artefactos, sino que en casa motivan a sus niños a investigar más. Incluso, varios me han comentado que sus hijos se interesan de inmediato cuando, en la escuela o en la televisión, mencionan algún tema que hayamos tratado en el taller, ¡porque ya lo entienden!

En resumen, y sin querer generalizar, me parece que el problema es que hay un distanciamiento entre la escuela y la vida. Los niños y jóvenes van a la escuela porque tienen que ir, para que no las regañe la mamá o el papá, o para aprobar exámenes con calificaciones mayores al número 5. Lo increíble es que aunque no sean conscientes de ello, en los talleres que imparto ¡también hacen exámenes y tareas! Y además, sin necesidad de celulares, tablets, laptops o internet. Pero ahí sí les gusta.

Emilio y sus estudiantes, con naves fabricadas de botellas de plástico
Emilio y sus estudiantes, durante un taller impartido hace algunos años en el Museo de la Ciudad, en Tuxtla Gutiérrez.

El reto es convertir a la escuela en un lugar a donde les emocione ir, donde el goce no se reduzca a los momentos de recreo, sino que sea un recreo permanente. Un lugar donde se aprenda español para inventar trabalenguas; donde se aprenda química para hacer moco de gorila; donde se aprenda geometría para construirle una casa a la mascota; y donde la tarea sea precisamente eso: construir y hacer cosas divertidas o de utilidad para el estudiante y con las que pueda mostrar (no demostrar) que comprende lo aprendido.

Arte y ciencia no son campos separados

Uno de los temas finales del taller es la construcción de robots. Los construimos con objetos que rescato del basurero: tornillos, rondanas, resortes, celulares, cables, alambres, etcétera. Es uno de los momentos más increíbles.

Mientras diseñan, desarman y rearman su robot, las niñas y niños son capaces de concentrarse ¡más de tres horas seguidas! Es tal su grado de concentración y silencio que casi puedes ver en sus cabecitas formarse las ideas: líneas geométricas, análisis de formas y de objetos, etc.

Una vez que tenemos los distintos robots, cada participante hace una presentación donde explica las habilidades y características de su creación. Suelen coincidir en tres premisas:

Una vez que concluyen el diseño de los robots, les comparto el trabajo de artistas como [Edouard Martinet][bichos], [Arthur Ganson], Theo Jansen… Las niñas y niños se asombran al descubrir que hay adultos dedicados a lo mismo que acaban de hacer ellos: seleccionar objetos, diseñar, planificar, unir, armar, nombrar. ¡Y que además es una profesión! Es decir, que esos artistas viven haciendo eso. Se ganan la vida con ese trabajo.

Arte y ciencia no son campos separados. No existe la ciencia y allá, a lo lejos, el arte. Ambas están contenidas una dentro de otra. Son producto de nuestra actividad como seres humanos. El arte es la magia. Y la magia es el uso de símbolos, objetos o cualquier disciplina creada por el ser humano para comprender y/o transformar la realidad. Aunque hoy parezca que no tuvieran nada que ver una con otra, los griegos colocaban la música dentro de las matemáticas. Del mismo modo, resolver un problema matemático en la escuela, por lo general, involucra otra disciplina: la lengua, pues hay que tener cierto grado de comprensión lectora.

Chico con audífonos
Un chico intenta captar las ondas electromagnéticas producidas por los meteoritos que chocan con la atmósfera terrestre. Utiliza como antena el alambrado de un campo donde suelen pastar vacas, en San Cristóbal de Las Casas.

Creo en la importancia de aprender y comprender el español, las matemáticas y la mayor cantidad posible acerca de la creación humana. Porque cuando eso no ocurre, tenemos en nuestra sociedad a abogados que eligieron el derecho porque odiaban las matemáticas; o ingenieros civiles que odian la poesía porque es una tontería sin utilidad. Pero entre más nos acercamos a la ciencia y al arte, más magia podemos crear: tecnología, por supuesto, pero también más oportunidades de tener una vida rica y no vivir lamentando un oficio o profesión que aprendimos por obligación.

Arte sin ciencia o ciencia sin arte es imposible. Una vez, alguien me dijo al ver que sacaba mi flexómetro cuando intentaba crear una escultura:

—¡Qué haces, Emilio! No midas. Debes sentir la pieza que estás creando.

Le respondí:

—Tienes razón… Mmmm, siento que el transformador de 110 voltios y 65 miliamperes no va entrar en la escultura… eso siento. ¿Me concentro más para que entre?

La radio es magia

La radio es la posibilidad de crear mundos de formas distintas. No sólo es un medio de comunicación. Es magia. La radio es mística, científica, artística, educativa, propagandística… Es decir: es magia.

Mi fascinación por la radio ocurre a muchos niveles.

Marco con artefacto, en vez de pintura
Cuadradio. Un artefacto de Emilio: «Desde Maxwell sabemos que la luz, la radio, la electricidad, todo es lo mismo. Si a una señal de radio le pudieras ‘meter más energía’ llegaría a verse. Si a una señal de luz le pudieras ‘quitar energía’, se podría escuchar en nuestro aparato de radio. Por eso es que la luz y las ondas de radio viajan a la misma velocidad, 300 mil km/s, porque son lo mismo. Por eso, igual que la luz, la radio –entendida como ondas, pero también como los mensajes que por ahí se transmiten: opiniones, voces y sensaciones– crea paisajes. El sonido pinta, el sonido tiene textura y color; perspectiva y profundidad. El sonido te hace reflexionar. Por lo anterior, he realizado un cuadro donde pueda exponer diversas expresiones sonoras a través de ondas de radio. Este artefacto puede exponerse en una galería prestigiosa o en el comedor de tu casa».

Radio de banda civil con antena circular portátil
Radio Roger. Una radio de banda civil para llevar en bicicleta. «Sus ventajas: 1) No hay plan de renta que pagar. 2) El nivel de requerimiento tecnológico es mínimo, por lo que te hace bastante independiente. 3) Puedes modificar el circuito o la antena. 4) Estás preparado para el apocalipsis zombie. El nombre se debe a que, desde la guerra de Vietnam, para averiguar si algún posible interlocutor ‘copiaba’ (escuchaba) una transmisión, se le preguntaba: ¿Roger? Por la clave Morse. En los tiempos en que la telegrafía era de uso común, para preguntar si se había recibido un mensaje, el telegrafista enviaba una R, así: ·―· (di-da-di). Luego, cuando ya se pudo transmitir voz por la radio (esto es, modular la señal), se creó un código fonético internacional, y la R de la clave Morse se convirtió en Roger: Alfa, Bravo, Charlie… ¡Roger!».

En la primaria, no sé por qué motivo, mi padre me obsequió un radio de bulbos. Lo encendí y se veían las luces de los bulbos. Unos segundos y, ¡pum!, apareció una voz y la música. Eso era para mí la magia. Por ese entonces escuchaba Radioeducación y otras estaciones.

Tiempo después me regalaron una televisión de esas chiquitas que traía casetera y radio. Descubrí que podía grabar el sonido de programas de televisión, y así los escuchaba. En la secundaria, aunque jodidísimos económicamente, mi padre cambió un tripié que tenía por un radio de banda civil que aún conservo. En él tuve mis primeras comunicaciones locales e internacionales (Guatemala, Salvador, etc.). Me reunía con otros amigos y hacíamos una «rueda radiofónica», para hacer la tarea de español o matemáticas.

En la radio de banda civil conocí a un amigo que tenía voz de superhéroe. Su nombre clave (o como decimos hoy, su nombre de usuario) era «El Bello». Y en serio: lo escuchabas hablar y te imaginabas al príncipe de Shrek. Tiempo después lo conocí y me ganaba la risa (todavía me gana), porque ha sido el amigo más feo que he tenido. Pero ésa es la nobleza de la radio. No hay ahí prejuicio acerca de la ropa que vistes, el color de piel que tienes o tu condición económica. Sólo son tu voz y las ideas que emites. El aire que impulsas y que se transforma en voltaje y corriente eléctrica, que circula por bobinas para transformarse en señales electromagnéticas que viajan en el espacio y, con suerte, llegarán al pequeño tímpano de otra persona que recreará todo. Lo repito: es magia.

Ya en el bachillerato construía transmisores de Frecuencia Modulada (FM), que vendía a mis amigos para que se pudieran pasar copia en los exámenes. Comencé a hacer mis primeros receptores de onda corta, y todo el asunto con la radio se puso más misterioso aún con las estaciones de números, los distintos idiomas, la propaganda política, etc.

Quizá puedas decir que está el asunto de la voz. Hay gente que tiene buena voz y otra que no. Pero más que eso, es la intención de la voz. Nuestro oído se entrena al escuchar radio para detectar fácilmente las intenciones en la voz. Por otro lado, está el uso de clave Morse en la radio, que vuelve todo ¡más misterioso todavía! Como dice Gregory Whitehead: mi sueño es relajarme en la tina del baño o en la cama, completamente tranquilo. Es de noche. Relajado, calmado, silencioso, y de pronto llega esa transmisión y hay una voz y una canción y sonidos, y te sientes completo con eso.


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No hay cosas sin interés. Sólo gente sin ganas de interesarse. ―G. K. Chesterton.