A favor del texto plano

9 de marzo de 2021

Hace unos años nos enteramos de que el escritor de A Song of Ice and Fire (a. k. a. Game of Thrones) escribió su famosa saga y seguramente, buena parte de su obra, en Wordstar 4.0, un procesador de textos de DOS. Sin márgenes. Sin interfaz gráfica que simule hojas en blanco. Sin Times New Roman a 12 pt y doble espacio. Pero los archivos de texto de Martin (y de otros varios escritores) pueden ser abiertos hoy ―sin errores que impidan su lectura y recuperación― en cualquier computadora, sistema operativo, editor o procesador de texto. La razón es sencilla, tanto, que parece extraño que ocurra poco: el texto plano (en Wordstar, el modo «no documento» era texto ASCII). Dudo mucho, francamente, que la mayoría de usuarios de computadoras pueda decir lo mismo de ninguno de sus archivos de texto. Ni hoy. Ni en veinte o treinta años.

Investigadores académicos, correctores, escritores y hasta poetas amigos de las fancy/ugly fonts, pongan atención especial en lo que sigue.

Un artículo o libro «editado» en un programa procesador de textos (privativo o de código abierto) implica un trabajo que a la larga puede resultar inútil. Porque todas las negritas, cursivas, subtítulos, cornisas, tablas, tipografías, retornos de carro, manuales de estilos y sistemas de citación se estrellarán espectacularmente al pasar a otro programa y archivo de salida o, simplemente, al llegar una nueva actualización de los programas que emplearon para escribir y maquetar. Cuando el diablo se empecine ―y lo hará―, esperen a ver lo que tiene preparado para ustedes si en diez años se les ocurre hacer una reedición de sus archivos desde otra computadora, desde una nueva versión de los programas o desde otro sistema operativo. Se darán cuenta, entonces, que necesitarán invertir trabajo, otra vez, para dejar sus textos en condiciones legibles para otras máquinas y seres humanos.

Nada de eso ocurrirá, en cambio, con buena probabilidad, si escriben del modo más sencillo el mensaje que lanzarán al mar: en texto plano.

Tradición y memoria

El único modo de guardar un archivo de texto que resulte reconocible para cualquier procesador, editor, maquetador o sistema operativo es escribir directamente en texto plano. Aun así, a pesar de preocuparse porque sus textos viajen tanto como sea posible ―en el tiempo, la geografía o la compatibilidad tecnológica―, académicos, estudiantes, activistas y escritores parecen confabularse en el claro propósito de impedirlo. No lo hacen, desde luego, por voluntad, sino por desconocimiento, por una supuesta intención estética y/o por costumbre. Porque desde la escuela se han habituado a escribir en programas como Word o Libre Office, cuyas interfaces gráficas simulan controlar el resultado de la impresión.

Pero la publicidad es engañosa y lo que vean en el monitor no será siempre lo que obtengan.

Los archivos generados en la mayoría de los actuales procesadores de texto están hechos para funcionar únicamente en el ambiente de ese software y de otros compatibles. Fuera de ahí suelen traducirse como bloques de caracteres incomprensibles. De modo que una «é» o un espacio duro podrían convertirse en cualquier cosa. Pero aun dentro de su ambiente nativo, no es difícil que una actualización del programa llegue, en algún momento, a impedir la lectura correcta de los archivos generados en una versión anterior (como ocurre a menudo con los maquetadores de interfaz gráfica). Y hasta las licencias de las tipografías empleadas podrían devenir en obstáculo más pronto de lo que imaginamos.

Usar un procesador de textos para escribir es, pues, comprar boleto para un festival de problemas técnicos alrededor del texto (relacionados, por ejemplo, con las tildes o el bom). No obstante, los usuarios de Word no llegarán a enterarse nunca si todos con quienes comparten archivos utilizan el mismo programa. Y es probable que así sea. Casi nadie suele pensar en la perdurabilidad de sus archivos más allá de apenas una década ni, menos aún, del transcurso de una vida. Pero la perdurabilidad, la posibilidad del archivo y la memoria, tanto como su accesibilidad, son parte de la naturaleza y propósito de cualquier texto.

Piensa, por ejemplo, en la historia de la escritura, de los signos empleados en las distintas lenguas. Cada escritura y signo conservan las huellas de su devenir, de las ideas, criterios y procederes de quienes los emplearon. Porque la escritura es, en sí misma, un archivo, una memoria y campo de conocimientos cuyo desarrollo ha sido posible gracias a la tradición. Es gracias a la tradición que aún podemos leer textos escritos hace miles de años, sin más limitación que nuestro conocimiento de la lengua y del sistema de escritura en que fueron fijados. Pero ningún papel o pergamino, si ha llegado hasta nosotros, nos impedirá leer su contenido. Y lo lógico sería que nuestras computadoras tampoco lo hicieran.

Descifrar lo que una computadora tiene dentro implica una serie de procesos, invisibles, pero que están ahí gracias al trabajo de los científicos de la informática, quienes nos dieron modos de transformar el lenguaje de ceros y unos de las máquinas en signos comprensibles para quienes sabemos apenas leer, escribir y aporrear teclas. Gracias a su labor, desde hace algunas décadas, pudimos añadir teclados y pantallas a nuestro arsenal de dispositivos de escritura y lectura (cuñas, cinceles, plumas afiladas, lápices, bolígrafos, máquinas de escribir, piedras, arcilla, pieles, papeles…). Y también redactar, almacenar y compartir de una a otra computadora artículos periodísticos o científicos, cuentos, novelas, poemas, recetas, listas y hasta programas informáticos.

No fue fácil. En el camino, es cierto, no siempre hubo acuerdo en los sistemas de codificación de caracteres. Pero a la larga, sabemos que el texto plano fue y continúa siendo la mejor opción para garantizar la compatibilidad y perdurabilidad de los archivos de texto. Por eso, en un sentido amplio, el texto simple bien puede significar para los archivos digitales lo mismo que la tradición para la escritura «analógica».

Si hay futuro para la memoria digital de nuestros conocimientos, ideas, dudas y emociones, no deberíamos depender de los sistemas operativos o de cuánto avance el desarrollo del software (menos aun de aquellos engolosinados con las actualizaciones y licencias). Y eso es, precisamente, lo que ofrece el texto plano: no sólo igual legibilidad para humanos y máquinas, sino portabilidad, compatibilidad, perduración, memoria.

¡Estúpida, mis cursivas!

Si llegaste hasta aquí, ahora hay que considerarlo todo.

George R. R. Martin, Philip K. Dick o Isaac Asimov son o fueron gente habituada a escribir en texto monoespaciado (exactamente como el texto plano), en una máquina de escribir. Es decir, su salto desde una Olivetti, Remington o IBM Selectric a un artefacto con una pantalla cuadrada y letras Courier o semejantes no fue tan grande. Total, mientras la máquina imprimiera de forma legible en la pantalla y el papel, qué más daba que no controlara cada aspecto visual de la página o del texto, ¿no?

En cambio, para un escritor nacido en los ochenta o noventa del siglo pasado (y después), el texto plano puede representar una experiencia distinta. No de modo escandaloso. Tan sólo que el hábito de la interfaz gráfica suele hacer extraño el trabajo en una de puro texto, con fondo blanco o negro, sin el dibujito de hoja blanca detrás. Pero eso, en general, no debería ser un obstáculo. Porque sí hay varios modos de marcar en texto plano la intención de poner, por ejemplo, títulos, subtítulos, negritas, citas, listas numeradas, viñetadas, hipervínculos, notas al pie, tablas, incluso imágenes y bibliografía con cualquier estilo de citación… Uno de ellos es un lenguaje de marcación tan sencillo que te tomará apenas unos minutos aprender: Markdown (md). Visualmente, no veremos con exactitud el resultado de esas marcas, sino como indicaciones con asteriscos, signos de gato, corchetes…, pero nuestra intención será perfectamente legible tanto para una máquina como para otro ser humano.

Texto escrito con Markdown, en el programa Vim
Este trabajo fue escrito en texto plano, con formato Markdown, dentro de un editor Vim. Fíjate en las marcas: los signos bajo el título (categoría: título), los asteriscos (cursivas), los corchetes (enlaces). Son marcas legibles tanto para seres humanos como para computadoras. Sólo tuve que transformarlo (con apenas una orden) en un archivo html. Eso fue todo. Las marcas desaparecieron, pero aún así puedes ver su efecto en forma de títulos, cursivas, enlaces, etcétera.

Ahora bien, hay altas probabilidades de que tu jefe, la revista académica, la burocracia, los concursos literarios y Todomundo sigan pidiéndote textos en Word, con Times New Roman a 12 pt y doble espacio. No te preocupes. No tendrás que copiar y pegar ni romperte los dedos para reformatear tu archivo de texto plano. Hay varias soluciones. Una de ellas, sencilla y bonita, es instalarte Pandoc. Una vez hecho eso, aprenderás a darle la orden de convertir tu texto en cualquier formato de salida: .doc, .docx, .odt, .html, .tex, .pdf, .epub o lo que razonablemente quieras.

Y listo: tu archivo de texto plano será el anillo que gobierne a todos tus archivos de salida.

En el camino, además, descubrirás que es imposible ser desordenado en texto plano. Cada jerarquía de título, cada referencia bibliográfica, cada cita, cada lista numerada estarán siempre en su lugar, invariable de uno a otro software.

Y también verás que gente como George. R. R. Martin no es tan visionaria, sino apenas una que conoció un mundo donde las cosas duraban lo dictado por su uso y no por el envejecimiento forzado de las actualizaciones que dominan todo el modelo de negocio de la industria tecnológica de hoy. Porque no siempre es la tecnología ni la necesidad las que te obligan a cambiar de máquina y de herramientas, sino tus proveedores pasadísimos de listos.

Es como esto: imagina, por ejemplo, que fabricaran martillos que sólo funcionaran con una medida rara de clavos.

―Uuuuy, no, para clavos de 5/11 va a necesitar la nueva versión del PUM 2021 –te dice el vendedor– y su martillo es una versión viejita de hace dos años.

Por eso, precisamente, es una suerte que gente como Steve Jobs sólo surja –y tenga éxito– en la decadencia y no en el origen de ninguna civilización. Si dependiera de gente como él, un día no podrías siquiera usar la puerta para entrar en casa. Te quedarías en la calle (o encerrado) por no actualizar un pedazo de madera. Lo mismo sucedería hoy, si la Epopeya de Gilgamesh, el Popol Vuh o los Principios de Geología hubiesen sido escritos, fijados, en una computadora, en un archivo .doc. Si no tuvieras forma de adquirir (o «piratear», como se dice) una licencia de Office, tú y tu máquina no podrían acceder a ninguno de esos textos. O quizá ya ni existirían, si un día hubiesen dejado de actualizar el software de tu procesador de textos. Y sin embargo, eso es lo que estamos enseñando en las escuelas y pidiendo, a diario, en los centros de trabajo. Quién sabe por qué.

En cuanto a ti, lo más probable es que sigas usando tu máquina para casi las mismas cosas que hace veinte años; y que lo mismo ocurrirá en los siguientes. Tus archivos de texto tendrían que seguir, para entonces, tan accesibles como están hoy en tu actual computadora. A lo mejor, quién sabe, en unas décadas alguno de tus textos logre tener el alcance mediático de A Song of Ice and Fire. Pero para eso, primero, tu texto debería durar al menos lo mismo que los archivos de George R. R. Martin, en su vieja IBM de 1987 con DOS.




Posdata. La belleza de la escritura en texto plano es su sencillez (una idea que hoy suena casi radical): lo único que necesitas hacer es poner las manos sobre el teclado y escribir. No obstante, algunas necesidades de escritura pueden requerir un soporte algo mayor: imágenes, estilos de citación, etc. Si es tu caso, dejo aquí este enlace que puede resultar de utilidad, en caso de que decidas mudarte al texto plano: escritura sostenible.

Y por si te lo preguntas: ya sé que tu procesador de textos te da la opción de guardar en texto plano. No es necesariamente cierto y sí una posible fuente de problemas. Pero puedes usar cualquier editor de texto: nano, vim, emacs… Ahora bien, si lo tuyo no son las curvas de aprendizaje y quieres seguir copiando y pegando exactamente del modo en que lo haces ahora, usa gedit o incluso el bloc de notas (notepad++). No importa qué editor uses. Un archivo de texto plano abrirá y funcionará exactamente igual de bien en cualquiera, ahora o en treinta años.

Escribe bonito. Escribe en texto plano.


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No hay cosas sin interés. Sólo gente sin ganas de interesarse. ―G. K. Chesterton.